sábado, 13 de octubre de 2007

Otra vez el problema del gas y la agro-industria

Otra vez el problema del gas y la agro-industria:
Los burócratas del gobierno no entienden la problemática del agro ecuatoriano
Por
Pedro López Juiz
Presidente, Asociación Riosense de Arroceros y Soyeros

Lo vi cuando entraba al inmenso salón de espera para vuelos nacionales del aeropuerto Joaquín Olmedo de Guayaquil. Caminaba apresuradamente hacia la zona de embarque que conduce hasta el pasillo que desemboca en la pista de aterrizaje que nos llevaría a través de líneas marcadas sobre el asfaltado hasta la misma puerta de entrada del avión TAME destinado a volar hacia Quito a las nueve horas esa mañana. Alto, llevaba gafas que le daban toda la estampa de intelectual académico. Lo cubría una chaqueta deportiva que no necesariamente hacía juego con sus pantalones tipo jean. Definitivamente, el Sr. Ministro de Energía y Minas Alberto Acosta presentaba una imagen ajena a su cargo que a mí personalmente me complacía. No salía del cuarto VIP (siglas para la expresión en inglés Very Important Person) al estilo pelucón. Al contrario, más bien parecía que el concepto VIP y su persona se comportaban como el agua y el aceite. En resumen, me di cuenta de que contemplaba ante mis ojos un rebelde innato maduro, rebelde pero civilizado, sin pretensiones, sin arrogancia.

Sólo nos conocíamos telefónicamente. Fue en diciembre de 2005 cuando una noche el aún no anunciado pero futuro candidato a la Presidencia de la República del Ecuador me llamó desde su casa en Quito y me preguntó si conocía al Dr. Alberto Acosta. La memoria la tenía en blanco al respecto, pero balbuceé: “Creo que he escuchado su nombre en algún momento.”

Mi contesta no satisfizo a Rafael Correa. “¡Cómo no vas a conocerlo!” respondió el economista, con quien comparto el alma mater Universidad de Illinois. “¡Es la persona más conocida en el exterior acerca del tema TLC!”

“Sí, sí, ya recuerdo,” mentí diplomáticamente.

“Bueno,” continuó, “Alberto quiere publicar tu artículo ‘Las mentiras del TLC’. Quiere saber si lo tienes almacenado digitalmente para que se lo envíes por Internet.”

“Sí lo tengo almacenado en mi disco duro. Con mucho gusto se lo mando.”

“Perfecto. Entonces envíaselo a este correo electrónico,” dijo Rafael, y me dio el email de Alberto Acosta. Esa noche le transferí mi artículo por Internet y al día siguiente recibí una llamada a mi celular del Dr. Acosta, quien me agradeció el envío del mismo. Fue tan escueto y tajante que no logré sacarle una palabra más a este brillante académico prolífico autor de varios libros. En un momento dado, pensé que íbamos a discutir mi ensayo, aunque fuera sólo ligeramente. Pero nada. Me cerró la línea más rápido que un jet ultra-sónico.

Ahora lo perseguía por la pista de aterrizaje del aeropuerto para exponerle unas breves ideas sobre el uso del gas en las piladoras o arroceras ecuatorianas. Lo alcancé al pie de la escalera del avión.

“Señor Ministro, usted no me conoce en persona pero hemos hablado por teléfono.” ¿Por cuánto tiempo? ¿Treinta, cuarenta segundos? “Yo soy el autor de ‘Las mentiras del TLC.’”

“Ah, Pedro,” dijo automáticamente.

Me quedé atónito. Hacía más de un año y medio desde nuestra lacónica conversación, y todavía recordaba mi primer nombre. O tenía memoria prodigiosa o mi nombre había sonado lo suficientemente fuerte en Alianza País durante ambas vueltas de la campaña presidencial cuando le di mi apoyo vertical a Rafael Correa, trayendo al candidato tres veces a Montalvo, Los Ríos, donde inclusive en una ocasión almorzó en mi casa y descansó y se aseó en la habitación de mi hijo mayor.

“Acabamos de tener una reunión con la Dirección Nacional de Hidrocarburos en la gobernación de Babahoyo,” comencé, “y nos han recalcado las sanciones que se impondrán por el uso de gas subsidiado para el secado del arroz en la industria arrocera. Yo le digo lo siguiente: si pagamos un gas 700% más caro, ¿a quién, le pregunto yo a usted, transferimos el costo adicional de $1,50 a 2,00 dólares por quintal de arroz pilado? ¿Se lo pasamos al consumidor, incrementado el costo de la canasta básica ecuatoriana, en la cual el arroz es la principal fuente de carbohidratos, y a la vez echándole leña al fuego de la inflación nacional? O ¿se lo transferimos al productor arrocero, el ente más golpeado y vulnerable dentro del sector agrícola?”

“Eso sería grave,” musitó sin especificaciones el economista Alberto Acosta. “Creo que definitivamente hay que focalizar el subsidio.” Pero al día siguiente Acosta renunció a su función de Ministro de Energía y Minas y lanzó su candidatura a la Asamblea Constituyente.

Claro que en aquel entonces no habían surgido los nuevos subsidios como el del gas para los vehículos de los taxistas y el del trigo para los panaderos ($10 dólares por quintal). Porque de lo contrario, también le hubiera preguntado al Señor Ministro cómo era posible que se decretara un subsidio para el pan y no para el arroz cuando el pan se consume básicamente sólo en el desayuno y el arroz está presente perennemente en el desayuno, el almuerzo, y la merienda o cena; o cómo era posible que se subsidiara al taxista antes que a la industria arrocera cuando la profesión amarilla rinde sólo un servicio mientras la cadena arrocera en su totalidad produce un alimento crítico para el pueblo ecuatoriano; y cuando, además, como se ha comprobado en India, Malasia, China y Corea, un dólar producido en el campo repercute generando US $0,80 en las aldeas, pueblos o ciudades circundantes y de US $2 a 3 en el resto del país. Tampoco en ese entonces se había decretado la resolución de prohibir la exportación del arroz ecuatoriano—lo cual hubiera suscitado que le preguntara enérgicamente al Ministro Alberto Acosta cómo era posible que se le diera tan rudo golpe al sector productor arrocero con semejante medida retrógrada que atentaba no sólo contra el libre comercio entre países hermanos sino contra el bienestar económico del sector productivo más sensible y marginado de la patria y que a la vez nos forzaba a nosotros los productores arroceros, sin tener voz ni voto en el asunto, a subsidiar la canasta básica ecuatoriana por la baja en los precios de la gramínea propiciada.

De todo esto hice un resumen en la siguiente reunión con el Consejo Nacional de Hidrocarburos a la cual fui convocado el día 10 de octubre en la gobernación riosense en Babahoyo. El principal objetivo del evento de parte del CNH era aleccionarnos nuevamente y con más ahínco a los del sector arrocero de las sanciones que caerían encima de nosotros si utilizáramos gas subsidiado para el secado del arroz, sanciones ahora plenamente amparadas por la nueva ley de hidrocarburos emitida por el Congreso ecuatoriano y firmada por el Presidente de la República. Me acaloré tanto que arremetí contra la ignorancia e insensibilidad de los burócratas que rodeaban al Presidente de la República Econ. Rafael Correa y que irresponsablemente no lo asesoraban bien.

Algo de luz y esperanza, no obstante, destelló durante la reunión cuando un compañero del agro que no veía en algún tiempo expresó que algunos de su grupo de Ventanas habían tenido recientemente un diálogo sobre el tema con el Presidente Correa, quien les había manifestado que, según su criterio, dicha ley tenía sus puntos débiles y absurdos, uno de los cuales tenía que ver con la agro-industria. Es más, había puntualizado el Presidente que el gas equivalente a la bombona de 15 kg. no le debería costar, al industrial arrocero, maicero o soyero o al gremio agrícola que quisiera secar su propio grano, más de US $3,20. Con eso resolvimos, productores e industriales del sector de granos de la provincia de Los Ríos, unir los esfuerzos y, como un solo puño, llevar nuestro mensaje y agenda lo antes posible directamente a la Presidencia de la República. Porque si la patria ya es de todos, el gas no se puede quedar fuera.

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